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Palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el encierro

Adriana Ventura Pérez

Portada de libro

Acapulco, 28 de mayo 2022


Me parece que he llegado a esa edad en la que debo repasar el historial de amistad que tengo con el poeta a quien presento. Si debo justificarlo es porque resulta inevitable hacer una lectura del libro que hoy nos reúne sin comparar con los otros libros que el maestro Jesús Bartolo nos ha regalado. Es imposible también presentar un libro nuevo de su autoría, sin recordar la primera vez que lo leí, hace ya algunos años.

No es la primera vez que compartimos una mesa o sala de estar ante el público. Tampoco es la primera vez que me enfrento a la poesía del maestro, insisto. Y uso deliberadamente la palabra enfrentar porque creo que su poesía confronta, en libros anteriores y en este, su poesía se arriesga y hurga en la emoción hasta rasgar sin recato a quienes leemos. Yo creo que todo aquello que me obliga a no pensar ni buscar explicaciones es algo que me confronta, por eso me gusta la poesía. Por eso me gusta la poesía de Jesús Bartolo Bello.


Intento hablar de la amistad, de otros libros, pero la deformación literaria me trae de nuevo al punto. El libro palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el cierzo es un canto desolado, es un libro de búsquedas, es un libro donde la voz reclama. Yo diría que es un libro de viajes, aunque las rutas que se proponen no son hacia fuera, son inversas, pues se propone viajar al centro de cada uno, viajar al centro de cada persona para llegar al meollo del asunto (aunque ya sepamos que nunca se llega).

Pero realizar este viaje es absurdo, la vida nos frena, la vida con su cotidianidad y su pudrición impiden que se regrese, la vida, aunque se supone que es movimiento, en realidad nos prefiere estáticos. Es que no se puede volver al mismo sitio, porque los lugares nunca se conservan, nunca se mantienen intactos. Y quienes se van, en realidad no regresan nunca.


Al escribir esto, justo ahora, comprendo un motivo del libro. El viaje de Ulises, la descripción de las ciudades sitiadas de violencia. También, al escribir estos párrafos, confirmo la maestría del poeta. Defiendo a capa y espada que la poesía es el vehículo que nos lleva, a través del manejo emocional, a sentir, más que a pensar. Vaya que es difícil abandonarse de la mente, de las ideas y los pensamientos. Vaya que es difícil sucumbir al sentimiento. Pero los poemas de Jesús Bartolo Bello nos subliman por eso, porque no piden permiso. Nos agarran de bajada y nos llevan de la mano para andar con ellos como por callejones, mirando lo que señalan.

A pesar de la cadencia, como dije antes, de la calma del canto, los versos del maestro nos arrollan. Se incrustan en el pecho y rompen el corazón más apiedrado que exista.

Recuerdo que fui invitada a presentar este libro. No dudé en aceptar. Ya encaminada en la lectura, detecté que fue una encomienda difícil. De la poesía no se puede hablar, de esta poesía precisamente es difícil emitir juicios, concluir motivos recurrentes, enlistar la simbología. Estos poemas absorben la existencia y logran crear una comunión singular entre poeta y lectores.

Acá conviene ilustrar con una muestra:


Escuchar balaceras, cuál novedad,

encontrar muertos en la calle, qué sorpresa:

son ruidos y paisajes diarios, sin eco,

que ya no abollan ni mellan el pensamiento

que ya no son muesca en el corazón

y escribirlo así con crudeza y con toda normalidad

pareciera que no duele ni interesa,

que nos hemos vuelto duras piedras

y que a los tajos cotidianos somos inmunes,

por eso escribo este poema, porque, qué se hace

con tanto dolor: sino gritarlo, dejar la indolencia,

para no volverse parte de lo ordinario.


Y les invito: Acérquense a la palabra del maestro Jesús Bartolo Bello, les aseguro que saldrán dañados y dañadas. Que no podrán nombrar el mundo o señalarlo siquiera sin recordar que es triste, muy triste, pero merece vivirlo.

No hay quien quepa mejor en el oficio del poeta que Jesús Bartolo Bello, el tono melancólico de su obra, el lamento largo trasladado al verso libre de largo aliento en sus poemas, la queja incansable que le planta a la vida; la cadencia y ritmo que imprime siempre para remitirnos una y otra vez a sonido costero, no defrauda nunca.


Me queda admitir que me deja triste leerlo, maestro. Usted escribe con agua y es triste. Me silencia leerlo, porque no puedo más que dejarme arrullar por su canto y aunque también soy quejosa, cada palabra en sus versos me sella, me ahoga y me entrega al silencio. El tema está de más, el dolor puede ser la violencia, la desolación, la ciudad, la lluvia, la muerte, todo junto. El tema no absorbe el hallazgo. Es el lenguaje en tono sepia, en gris luminoso lo que atrapa cada vez que me acerco a sus poemas.

Acérquense ustedes también.

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