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De la Oralitura a la Literatura de los Pueblos: Comisario Jaguar de Hubert Matiúwàa

José Ángel Quintero Weir*

Fotografía: Lenin Mosso, "Ritual del Comisario Jaguar".

Palabra que florece


I.


Lo primero es confesarles que lo que ven y escuchan en este momento no son más que las huellas de mi voz, palabra y cuerpo ocurridos en el pasado que ustedes vivencian como presente. Así, lo que es sabiduría y arte bajo dominio de aquellos y aquellas que llamamos Ou’ti/Ou’sü que son los hombres y mujeres capaces de estar al mismo tiempo en los dos lados del mundo: el lado de los vivos y el lado de los muertos.


Los añuu como los wayuu sabemos que todo ser presente en el mundo nunca es uno sino dos, pues, todo ser visible o, invisible tiene su cuerpo que vemos y sentimos, pero también tiene su Ariiyuu, que es la energía invisible que da vida a todos los cuerpos y los presenta vivos ante nosotros.


Esta noción de Ariiyuu, para los añuu, es la que impide que la vida pueda ser separada de la muerte; de tal manera que nuestra vida transcurre con la permanente conciencia sobre nuestra muerte, de modo que sabernos muertos nos aleja de toda ambición, codicia o apego, con la que pretendamos colocarnos por encima de cualquier otra comunidad de seres sea ésta de plantas, animales, insectos u otras comunidades humanas diferentes a nosotros. Pero además, la conciencia de nuestra condición de simultánea dualidad como cuerpo y como Ariiyuu nos es posible vivenciarla y/o atestiguarla en dos momentos particulares, ellos son: el sueño (personal) y el ritual (colectivo).


Así, el sueño es el espacio/tiempo en el que nuestro cuerpo yace mientras nuestro Ariiyuu nos conduce al otro lado y es cuando podemos vivir la experiencia de la plenitud de nuestra existencia, es decir, como la unidad de vida-muerte en la experiencia del sueño. Porque allí, en el sueño, nuestro Ariiyuu llama la atención de nuestro cuerpo hacia aquello sobre lo que considera que necesitamos observar y tratar con cuidado. Sin embargo, el lenguaje de nuestro Ariiyuu siempre es simbólico de allí que su palabra sea espejo refractario y nunca imagen literal de aquello de lo que nos habla o nos muestra en el sueño; por eso, llegar a comprender la significación de la palabra de nuestro Ariiyuu en el sueño supone aprender a dominar el curso de las imágenes refractadas en el espejo de su palabra.


Asimismo, como el sueño, el ritual constituye el espacio/tiempo donde quien habla es el Ariiyuu de la comunidad, ya que durante el mismo se produce la conjunción del Ariiyuu de todos y cada uno de los participantes y por lo que, dentro del ritual, toda acción y palabra es potenciada por el Ariiyuu colectivamente incrementado a fin de provocar los cambios y/o transformaciones que se aspira convocar en beneficio de la colectividad. Así, canto, música, movimientos corporales, recitaciones, coros, en fin, todo se conforma como discurso del Ariiyuu colectivo que así interviene la realidad y la transforma en acción de y para, el bien común.


Fotografía: Lenin Mosso. "Ritual del Comisario Jaguar".

II.


Pero, si como en el sueño el lenguaje del ritual es igualmente espejo refractario, esta vez, del Ariiyuu colectivo, hablar de él, describirlo en sus implicaciones narrativas, obliga a un lenguaje igualmente refractario en sus significaciones a efectos de ir más allá de las imágenes de lo que se hace y de lo que se dice que se hace, y así lograr que lleguen a coincidir en una emanación de despliegue del poder colectivo como fundamento del hacer comunidad. Es decir, que la palabra dicha ahora por escrito, ha de contener y expresar la potencia de la oralidad de la que emana, y es a esto a lo que los pueblos conciben y suelen denominar como palabra que florece. Porque es palabra útero, palabra-huevo (diríamos los añuu) que engendra vida porque una vez dicha, emerge como un ser que desde entonces y para siempre ha de habitar y crecer en cada uno de nuestros corazones y así, hacerse poderosamente enorme en el corazón de la comunidad.


Esta es la más profunda diferencia de nuestras lenguas indígenas con la lengua castellana colonialmente impuesta. Nuestras lenguas nombran a partir del hacer de aquello a lo que nombran, es por lo que podemos ser gente de agua (los añuu), o de maíz (los mayas), o de la piña (los barí), o de la calabaza como los me’phàà, porque no se trata de una apropiación sino de una pertenecía definida por el hacer que hacemos y nos hace, lo que nos conduce a poner énfasis en la creación de imágenes con las que hacemos visible aquello que nombramos en y por su hacer, exiliando de nosotros toda arbitrariedad de sentido; algo así como el cotidiano acto de metaforizar la vida para hacer precisa nuestra existencia.

Esto, que forma parte de nuestra habla cotidiana, en tanto expresión de nuestro sentipensar por el que todo lo que vemos vive por el Ariiyuu de su hacer, formando una comunidad que emparejada a la nuestra, dialoga con nosotros, puede llegar a confundir a muchos de nuestros jóvenes escritores en lenguas indígenas, pues, algunos lo toman al pie como la noción de poesía occidentalmente entendida, por lo que terminan pensando que se trata de crear frases “poéticas” en castellano que luego traducen a sus lenguas, cuando por principio debe ser lo contrario, esto es, decir aquello que necesitamos que viva al ser expresado en nuestras propias lenguas.


Sin embargo, pensamos que este es el primer dilema a ser resuelto por quienes en nuestros pueblos, de verdad sienten que su hacer comunidad está en el ejercicio del sentipensar de nuestras lenguas, y se deciden a tomar el duro camino del Anüküri o Pütchipü (Palabrero, llamamos nosotros), lo que ciertamente lleva consigo la enorme responsabilidad de ser portadores, protectores y cultivadores de la palabra que florece en y por la comunidad. Dicho de otra manera, se trata de aquellas personas que no juegan con las palabras sino que aprenden a dotarlas del Ariiyuu que permite a todos quienes las atestiguamos ya sea en la escucha o en la lectura, poder aprender a disfrutarlas por poder vivirlas y hacerlas nuestras en toda su dimensión significativa.


Fotografía: Lenin Mosso. "Ritual del Comisario Jaguar".

Es esto lo que se logra ver, sentir y vivir como palabra que resuena oral en la escritura de Hubert Matiúwàà. Es por lo que el ritual de protección de las semillas de calabaza a partir de la relación emparejada con la comunidad de ratones, o el sacrificio del Jaguar cuyo Ariiyuu llega a integrarse en el mismo espíritu del Comisario, quien, así hace espíritu de Jaguar a toda la comunidad, y todo se hace parte de nosotros como palabra que nos florece aún sin ser mé’phàà. He allí el profundo logro alcanzado por la poesía de Hubert Matiúwàà en este libro del “Comisario Jaguar”, al que invitamos a leer/escuchar como pálpito vivo del Ariiyuu del corazón de la comunidad mé’phàà, que así retumba con toda la fuerza de su indeclinable r-existencia, como un relámpago en el cielo de la montaña de Guerrero.


*Licenciado en Letras por la Universidad del Zulia (LUZ)-Venezuela. Maestro y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Es Profesor Titular de la Universidad del Zulia. Es coordinador de la Unidad de Estudios de Literaturas y Culturas Indígenas de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad del Zulia-Venezuela. Profesor Invitado de las siguientes universidades: Universidad de Valparaíso (Chile). Universidad Católica de Chile. Centro de Estudios Avanzados (CEA). Universidad de Córdoba (Argentina). Universidad Nacional de Santiago del Estero (Argentina). Universidad de Río Grande do Sul (Porto Alegre—Brasil). Su obra El Libro de los añuu (2017). Estudio que compendia todo el proceso de estudio de más de 40 años acerca de la cultura añuu, su filosofía, su lengua y su tradición oral.

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