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  • gusanosdelamemoria

Kin tsé'/ mi madre

Manuel Espinosa Sainos*

Foto-pintura: Autor

Mi madre había ido al baño, ahí abajo de donde estaba la casa, en el cafetal, porque en ese entonces no teníamos un sanitario en casa hasta que en 1999 durante los desastres naturales nos donaron una vivienda porque la choza en que vivíamos se había caído por un derrumbe. Se tardó mucho más de lo normal y yo había salido apenas de la escuela, creo iba en primero de secundaria, estábamos solos ella y yo. Fue después de una hora que ella volvió a casa y se paró recargándose en una de las paredes de tabla mientras yo comenzaba hacer la tarea. Se veía mal pero no sabía lo que le estaba pasando. Me habló como lo hace una madre para despedirse de sus hijos y empezó a llorar:

-Hijo mío, tu eres el mayor de tus hermanos. Yo te voy a dejar, ahora te tocará cuidarlos para que crezcan, para que no les pase nada, ya sabes que yo los quiero mucho, pero no voy a estar más con ustedes.

Me dio mucha tristeza y lo único que hice fue llorar, no entendía lo que estaba pasando. De repente, mientras me hablaba, una gran cantidad de sangre empezó a escurrir entre sus piernas hasta manchar de rojo sus blancas enaguas y formar un charco de sangre en el suelo, después se desmayó y cayó al suelo.

De verdad pensé que en ese momento se iba a morir. Fue algo muy duro, yo no entendía lo que estaba pasando, pues entre otros temas, del aborto nunca se habló en la familia y menos a los niños y niñas, pero es un episodio de mi vida que para siempre me marcó.


En otro momento, mi madre se empezó a quejar porque le dolía el vientre, y de nuevo, no sabíamos lo que estaba pasando. El altar de la casa estaba hecho con palos y tablas viejas, estaba cubierto de nailon y ahí se metió mi madre con sus ayes de dolor a esconderse como si tuviera la culpa y como si estuviera haciendo algo malo. Pero los niños son inquietos y se asoman para ver lo que está pasando, así que uno de mis hermanitos levantó el nailon y se asomó. Ahí estaba mi madre tendida, y otra vez el charco de sangre, como si hubieran matado un puerco. Otra vez había abortado.


Yo me tuve que ir del pueblo a otro municipio vecino para estudiar el bachillerato. Pero cuenta uno de mis hermanos menores que en otra ocasión mi padre y mi madre fueron al rancho a traer leña. Era leña verde y obviamente pesaba más de lo normal. Recuerdo que los embarazos de mi madre eran seguidos y mí me tocaba cuidar a mis hermanitos.

–Tú también puedes cargar igual que yo pendeja, eres mujer ¿no?- Dijo mi padre a mi madre. Así que le preparó una carga igual para ella para trasladarlo a la casa. A los pocos días mi madre sufrió otro aborto.


Somos ocho hermanxs en total, murieron dos menores que yo y hasta donde sé mi madre sufrió tres abortos. Si hubiéramos vivido todos seriamos 13 en total. Siempre fui el bicho raro de la familia y cuestioné porqué mi madre era como una maquina de tener hijos. Alguna vez cuando ya tenía un poco más de información, le dije que había algo para planificar y que tal vez en la clínica le podrían dar información. –Tu padre se enoja, dice que eso solo lo hacen las putas- me dijo.


Ella murió hace once años, mi padre ya es mayor de edad y pese a todo también lo quiero, es el único padre que tengo. Y hablo de esto porque pienso que en las comunidades indígenas el aborto no es un asunto menor y muchas mujeres sufren situaciones similares a la de mi madre. Mientras esto siga pasando, no hay nada que celebrar ni felicitar este 8 de marzo, mientras las mujeres no tengan las condiciones adecuadas para todo ser humano. Es necesario visibilizar las condiciones de desigualdad que millones de mujeres viven a diario. Es necesario y urgente una maternidad segura y deseada. Menos violencia, más amor.


*Poeta, traductor y comunicador totonaco.

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