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Hacertopías: la vuelta al Nosotros

Updated: Jul 15, 2021

José Ángel Quintero Weir*

Fotografía: José Ángel Quintero Weir

I.- Del giro del mundo y la vuelta de Otro tiempo.


De esto siempre han hablado los más ancianos y ancianas en muchos de nuestros pueblos. Pero, yo recuerdo que una vez en la laguna, le pregunté o le propuse a Isabelita, por qué no hacíamos una reunión de todas las ancianas que hablaban el añunnükü a la que pudieran asistir todos los más jóvenes para que pudieran escuchar todas esas historias que en la lengua ellas conocían y que bien me contaban; pero ella me miró con su rostro arrugado y la vista como atravesándome, con cierta tristeza en su voz pero con tono definitivo, me dijo:


“Es seguro que ya nuestro tiempo se acabó Chapürai (que así me llamaba Isabelita). Al tiempo de nosotros los viejos de antes ya no es posible regresar, no nosotros. Nosotros ya no podemos dar vuelta, pero el tiempo sí, sólo que cuando le toque la vuelta, ya nosotros no vamos a estar. Pero vos sí”.


Eso me dijo Isabelita por allá, a comienzos de 1980. Aunque, siendo sinceros, cuando me lo dijo no tuve la menor idea acerca de lo que ella se refería con eso de la vuelta del tiempo, por lo que nunca se me ocurrió pedirle explicación. Tiempo luego Isabelita murió. Pero, ya de antes había muerto Trina Rosa. A Isabelita le siguió el Tío Alberto. Un día llegué a la laguna y me encontré que ya Guardina y Capajana tampoco estaban, pues, a su palafito le había caído una centella en medio de una tormenta y lo había chamuscado el incendio, y ya luego ellos tuvieron que irse a vivir donde uno de sus hijos por allá, por Santa Rita, al otro lado del lago donde posteriormente, me dicen que murieron.


Finalmente, murió María Sierra, después Josefita, y luego de su muerte, Lala, su hija, igual se fue de la Laguna. Así que tal y como me lo había querido anunciar Isabelita, a todas las abuelas y abuelos en la Laguna les había alcanzado definitivamente el tiempo: todos murieron próximos o ya pasados los cien años de edad, por lo que ciertamente, la lucha que yo les había pedido dar, la vuelta a la lengua, en la que yo esperaba me pudieran acompañar, en ese momento, muy lejos estaba ya de sus fuerzas.


Pasaron veinte años. Durante ese tiempo, a pesar de mantener el compromiso de volcar en papel todo lo que las abuelas y abuelos añuu me habían entregado, sabía que en el mundo en el que vivíamos no éramos más que unos proscritos, mucho más los añuu, de quienes la idea generalizada era la de una cultura en extinción, o un pueblo al que muchos daban por muerto. Contra eso me enfrentaba y luchaba, pero bien dentro de mi corazón sabía que no era muy difícil concordar con esa idea, pues yo había visto desaparecer a las últimas abuelas y abuelos que aún cortaban lengua en sus conversaciones o me cantaban las más antiguas historias que aún guardaban, casi como secretas, en su gastada memoria.

Por ese tiempo, llegué a pensar que el asunto y su solución, estaba fuera de nosotros, por eso, todo dependía de nuestra capacidad para incorporarnos a una fuerza más grande, a un movimiento superior con el cual avanzar hasta alcanzar ese otro mundo donde no fuéramos tachados, despreciados, uno donde ser pescador no fuera sinónimo de pobre, donde vivir en un palafito de mangle y eneas mereciera el respeto de no ser convertido en una fotografía con nuestros rostros para ser vendida a los turistas extranjeros, que ser añuu, wayuu, barí o yukpa significara sencillamente lo que es: “ser humano”, pertenecer a una comunidad que sólo aspira a vivir en términos de su cosmovisión y cosmovivencia en sus territorios.


Tal vez por eso fue que la palabra “liberación”, usada por muchos de esos movimientos nos pareció justa a nuestras aspiraciones y luchas, y entonces fue que le entramos al camino de la política, a tejernos con otros hilos muy a pesar de las diferencias, y aún de no llegar a entender muchas veces sus teorías; que si marxismo-leninismo, que si trostkismo, que si maoísmo, que si guevarismo, en fin, era siempre la palabra de algún alemán, ruso, chino, o blanco criollo la que iba por delante o puesta sobre la mesa como voz y alimento para nuestra “salvación”, nuestra “liberación”. Nunca nuestra palabra entraba a debate en esos círculos políticos; porque a fin de cuentas, igual en ellos estaban convencidos que nuestra palabra sólo habla desde el pasado, es decir, no expresa ni representa ningún “futuro”.

Pero, sin darnos cuenta al principio, el mundo ciertamente parecía estar dando un nuevo giro, de eso nos aseguramos luego, sobre todo, porque lo comenzamos a sentir en nuestros cuerpos, en la violencia represiva y acrecentada de los poderosos, en la invasión desatada de nuestros territorios por corporaciones apoyadas por los Estados; pero también, en el levantamiento de los pobres de las ciudades, en el hambre de comida y de justicia de todos los de abajo, en todas partes. Entonces escuchamos de las revueltas en Ecuador, de las grandes marchas por la Dignidad y el Territorio, o la batalla por el agua en Cochabamba y finalmente, del levantamiento de los indígenas mayas zapatistas de Chiapas en 1995.



Creo que fue entonces cuando volvió a mí el recuerdo de la abuela Isabelita, y comencé a pensar de nuevo en sus palabras, porque sentía que justo como ella decía, una vuelta del tiempo parecía estar por venir. Porque luego me dediqué a buscar en la lengua añuu la explicación de eso que llamamos “tiempo” y comprendo que nada tiene que ver con un futuro de largo plazo, nada que no fuera o estuviera unido a un pasado y a un lugar del territorio, aunque sólo fuera por un tantito inmediato en un pedacito de lugar. Entonces, entendí que tal vez por eso nunca nos fue posible entender eso del “hombre nuevo” que tendría lugar sólo en la “sociedad comunista” que estaba mucho más allá de nuestra visión, muy por detrás de la “sociedad socialista” también lejana en el futuro; porque igual veíamos que parejo con el capitalismo, se trataba de un camino al que nunca se le veía llegada porque igual iba siempre tan hacia adelante hasta perderse de vista, tanto, que no era posible ni siquiera imaginarlo porque, además, era incapaz de dar la vuelta, de estacionarse en nuestro hacer, tal como decía Isabelita que sucedía y ciertamente sucede; por eso, ella bien sabía que esa vuelta del tiempo llegaría no como futuro, sino como viejo-nuevo giro del mundo.


Por eso, cuando en medio de la crisis de nuestros países comenzaron a llegar los gobiernos “progresistas”, particularmente con la victoria electoral de Hugo Chávez, que a todos contentó porque sentían que al fin había llegado el tiempo de los pueblos, algo nos decía que tal no era sino el comienzo del giro del mundo pero que aún nuestro tiempo no había llegado. No celebramos, por el contrario, siempre señalamos que nuestro verdadero tiempo estaría vinculado al corazón del Nosotros o no lo sería; eso, por supuesto no nos hizo ganar amigos, por la contra, pero igual insistimos en denunciar que esa fiesta (que ya luego se convirtió en bacanal de desperdicio), la terminaríamos por pagar nosotros con nuestra carne y nuestra sangre. Nadie nos creyó.


Casi como traidores a la patria salimos a México, a escuchar de cerca la palabra de aquellos que se atrevían a decir: ¡Ya basta! ¡No queremos su poder! ¡Queremos ser indios! Esas, o en frases como esas, si sentía yo que escuchaba la voz de Isabelita, y lo que ella dijo sobre que “…cuando le toque la vuelta (al tiempo), ya nosotros no vamos a estar. Pero vos sí”. Entonces, de puro corazón, he intentado seguir la huella de las palabras zapatistas porque algo me dice que ellos si están en ese otro tiempo, el del Nosotros.



II.- El tiempo del “Progresismo” y la estrategia corporativa de nuestra disolución.

Veinte años más han pasado desde que Isabelita me hablara de la vuelta del tiempo y del tiempo de Nosotros. Durante ese periodo, falsas esperanzas crecieron en muchos corazones en todo el continente. No era para menos, pues, además de Chávez, quien gesticulaba su “revolución bolivariana” y el “socialismo del Siglo XXI” que, como los Beatles, parecía anunciar la caída de un reino (diría el poeta Valera Mora), sobre todo, porque del otro lado de nuestra frontera sur, un líder obrero tomaba el gobierno del país más grande de todo el continente: Lula Da Silva se hacía presidente del Brasil. Por si fuera poco, en la Argentina, luego del masivo grito de ¡Que se vayan todos! Y del movimiento piquetero, Néstor Kichner asumía el gobierno desde “la izquierda”, al tiempo que Rafael Correa hacía lo propio en el Ecuador con su “revolución ciudadana”, y hasta en el siempre extraño Paraguay un ex Obispo llegaba a la presidencia. Pero la guinda del pastel de lo que parecía anunciar la felicidad plena, Evo Morales se erigía como el primer presidente “indígena” de Bolivia.


De esta manera, si contamos con que ya en Chile, mediante el pacto post-dictadura, alternadamente gobernaba el Partido Socialista, sólo Colombia aparecía aferrada (atrapada) por la garras del conservadurismo uribista, en un contexto en el que “nuevas” fuerzas políticas sustituían a los ya acabados partidos tradicionales en el poder de los Estados-gobiernos en casi toda Suramérica. Así, no era para menos que buena parte de eso que llaman “pensamiento crítico” latinoamericano llegara a pensar que un nuevo tiempo parecía haber llegado, que la liberación estaba justo en la punta de sus olfatos, sólo que su aroma fue tan extraño y efímero, como bien pudiera ser el de un perfume cosmético chino o ruso: nadie sabe en verdad a qué huele.


Un aluvión de trabajos y escritos provenientes de ese “pensamiento crítico” y reconocidos pensadores del llamado grupo (o grupos) del “pensamiento decolonial” se desvivían por demostrar, cada quien con mayor o menor intensidad y pasión, con mayor o menor argumentación, las posibilidades de victoria del “proyecto” de “la izquierda” latinoamericana y mundial, en medio de la oportunidad abierta en Suramérica que parecía hacer renacer la Guerra Fría, ahora, justo en el “patio trasero” del imperialismo norteamericano, pero esta vez con la intervención protagónica de China y casi todo un continente transitando el camino señalado por gobiernos “progresistas” o de “izquierda”.


Esta orientación de los sesudos análisis, terminaron por instalar la falsa premisa de que el tiempo de la revolución continental había al fin llegado; por tanto, había que defender a costa de lo que fuera, las políticas de sustentación de los gobiernos “progresistas” lo que en cierto modo y a fin de cuentas, resultaban funcionales al verdadero proceso capitalista en ejecución, cual era, la corporativización territorial de los Estados nacionales así como la definitiva territorialización de las corporaciones en nuestros territorios lo que implica, de un lado, la disolución del Estado-nación y su conversión total como Estados corporativos, y por el otro, el definitivo despojo territorial de nuestros pueblos de acuerdo al diseño de un reordenamiento territorial elaborado por los grandes factores de poder económico y político mundial, especialmente dirigido a la ocupación y explotación de los espacios de energía, biodiversidad, agua y minería en todo el continente (Amazonía, Orinoquia, Chocó colombiano, Corredor biológico mesoamericano, etc.).


Porque, de hecho, la corporativización de los Estados nacionales en América Latina se inicia a la par de la instauración de lo que se ha dado en llamar modelo neoliberal, siendo ambas, parte del mismo proceso de reinstauración de una nueva especie de sistema colonial en nuestro continente. Sin embargo, ya a fines de los años 80 la reacción de los pueblos ante este nuevo modelo fue de enorme contundencia, al punto que las fuerzas políticas tradicionales en retroceso junto al modelo desarrollista que encabezaron desde el gobierno de los Estados nacionales “benefactores”, ya en proceso de disolución luego de más de 40 años de ensayo, no tenían capacidad de respuesta frente a demandas (Territorio, Dignidad) y formas de lucha que les resultaban desconocidas e incomprensibles. Es allí, pues, el momento y lugar en el que, en casi toda Suramérica, emergen nuevos liderazgos, muchos de ellos, provenientes de viejas luchas y organizaciones y movimientos sociales, sindicales e indígenas.


Queremos decir, que en el inicio de la vuelta del tiempo, una inevitable confluencia de tiempos se produce en todo el continente; así, el final del tiempo del modelo desarrollista impulsado desde los Estados nacionales bajo el modelo de “Estado benefactor” establecido como expresión del sistema-mundo-capitalista luego de la Segunda Guerra Mundial, entra en confluencia (y en contingencia) con el inicio del tiempo de imposición del sistema-mundo-capitalista corporativizado y su modelo económico neoliberal que exigía a los Estados nacionales aceptar su disolución para poder ingresar a ese otro nuevo tiempo: el de las corporaciones y, por supuesto, el de su corporativización en toda América Latina.


Pero, tal confluencia de tiempos, a pesar de la crisis económica y política que generaba, provocando la reactivación de viejas luchas y demandas de sectores sociales y pueblos considerados como históricamente vencidos, desaparecidos o ya “integrados”; no obstante, esa realidad evidente en modo alguno implicaba que se tratara de que al fin nuestro tiempo había llegado. No. Sin embargo, de inducir a creer esta falsa apreciación, orientando al movimiento indígena y popular en general por el camino de la lucha por la mera sustitución funcional de gobiernos que luego se dedicaron a encauzar cualquier posibilidad de un proceso de verdadera transformación hacia el riel de sus programas de asistencia social y de “contrainsurgencia” que terminaron por contribuir con el ajuste de nuestras luchas a los intereses de estabilización corporativa de los Estados y del sistema-mundo-capitalista corporativizado.


Fue de esta singular tarea de la que, en muy buena parte, se encargaron los llamados gobiernos progresistas y sus líderes como ejercicio de su propio tiempo, pues, para ellos y en la misma confluencia de la que hablamos, efectivamente, su tiempo de “poder” había llegado. En esta idea fueron sustentados y aupados por los análisis de muchos de los teóricos del llamando “pensamiento crítico”, “decolonial” y en general, de la “izquierda” y otro grupo de oportunistas, quienes (digamos que de buena fe), vieron, por sólo mencionar un ejemplo, en el proceso de cambio constitucional que envolvió a casi todos nuestros países, la oportunidad de “cobrar” la deuda histórica con los pueblos, pero sin estimar o perdiendo de vista (pensemos que no intencionalmente), que tal proceso de cambio constitucional, desde la perspectiva de las corporaciones, estaba vinculada al proceso de reordenamiento territorial para la intervención de capitales en territorios donde nunca antes se habían aposentado, la mayoría de ellos, involucrando pueblos indígenas, poblaciones negras y comunidades campesinas a ser territorialmente despojadas en todo el continente.

Para sostener este sofisma y enmascarar el despojo, el progresismo utilizó nuestro propio lenguaje, la palabra y pensar de los pueblos indígenas y sus luchas. Fue así como términos y categorías de nuestro sentipensar y hacer como pueblos, fueron arrancadas de su pleno ejercicio en tanto hacer cotidiano y expresión de nuestras cosmovivencias que las expresan o ponen de manifiesto, y fueron incorporadas, manoseadas y ajustadas a los discursos de “letra muerta” de algunas de las constituciones nacionales de los ahora Estados corporativos. Dicho de otra manera, les fue arrebatada toda la fuerza del sistema de pensamiento que registran en su contenido en cuanto hacer propio, y fueron sometidas al oportunista manoseo verbal del poder del Estado, relativizadas en su significación y finalmente convertidas en sonido vacío del que algunos “pensadores críticos” echan mano para descalificar la continuidad de las luchas de nuestros pueblos.



Se trató pues, de casi dos décadas durante las cuales el progresismo al frente de los Estados-gobierno no sólo apaciguaron el movimiento social sobre cuya cresta de ola ellos habían accedido al poder, sino que por esa misma vía, fueron abriendo brecha a la penetración de la agenda extractiva de las corporaciones con las cuales, ya como Estados corporativos, se habían asociado, lo que no sólo constituyó una descarada relativización del concepto de soberanía nacional, sino que a su vez, esto produjo una forma de ejercer la política que degeneró en las peores y más vulgares tramas y redes de corrupción económica y política de su dirigencia.


Por otro lado, es interesante destacar, que mientras el progresismo ejecutaba su política de apaciguamiento y control de las fuerzas sociales, sus relaciones con el imperialismo norteamericano nunca estuvieron en riesgo real, muy a pesar de las vociferaciones o desplantes televisivos de Chávez, más dirigidas al público de la galería que como expresión de una verdadera intención anti-imperialista. En todo caso, lo cierto es que una vez culminado ese proceso, la sustitución “legal” (electoral) o “ilegal” (impeachment) de los gobiernos progresistas en cada uno de estos países entró en marcha, lo que en una nueva falsa apreciación (y como su justificación), el “pensamiento crítico” denominó como una “derechización” del continente, pues, en efecto, para el poder real de las corporaciones y el imperialismo, su tarea y su tiempo de poder, había acabado.


Por Isabelita, nosotros sabíamos que eso iba a suceder y por eso nos atrevimos a decirlo aún en momentos en que mayor fuerza social tenía Chávez en el poder, lo que nos ameritó odios y enemistades, aún dentro de la propia comunidad. Pero, se trataba de algo más que una convicción política, era ciertamente, que ya en ese momento las palabras de Isabelita era posible palparlas en nuestra convulsionada realidad y definitivamente, nos quedaba claro que el tiempo de los gobiernos y los Estados no es nuestro tiempo. Sin embargo, también hay que decirlo, todo este proceso que ahora vivimos como el más confuso y oscuro de los tiempos, este mayokore ichuu juyakai nükoota we mmokar eeri aüchera, diríamos en lengua añuu: “esta oscura tormenta nos habla de que el tiempo del mundo está de vuelta”. La confluencia de tiempos de los enemigos de la humanidad se está disipando y claro vemos sus desmanes, la ambición y codicia del Waünnü o Yolujá, espíritu maligno que les alienta, por lo que ya no hay posibilidad de engaños para nosotros y esa, según Isabelita, es la señal de que nuestro tiempo está allí, tocando a nuestra puerta, susurrando a nuestros oídos, hablando a nuestros corazones, que lo escuchemos dice, que lo veamos pide y que en consecuencia, nos dispongamos a hacer.


III.- Hacertopías: el tiempo de Nosotros.

Más de cuarenta años después de la muerte de Isabelita, me encuentro con un hermano Quechua interpelándome con la difícil pregunta sobre, ¿cómo ha de ser la vida y el vivir que queremos y debemos construir?, esa que perdimos o que nos fue arrebatada, y es cuando me doy cuenta, que tal como ella lo vaticinó, el tiempo de nosotros llegaría pero no para ella ni para todas las otras abuelas y abuelos añuu, pues, ellos y ellas ya no tenían tiempo de vuelta, que su andar en esta tierra y esas aguas había acabado; pero yo sí estaría allí. Y aquí estoy, tan viejo como para desear ser más joven, y tan joven como para no poder decir que mi tiempo se ha acabado; por eso, pienso en la pregunta y veo el rostro de Isabelita, interrogándome: ¿cómo le vas a hacer?, ¿de qué forma vas a asumir el tiempo de Nosotros que ya sabes, ha llegado?


Así que responderé al hermano Quechua justo hablando con las abuelas y abuelos que sé, me han de acompañar en este tiempo. Converso entonces con Isabelita, el Tío Alberto, Trina Rosa, Guardina y Capajana, Josefita y María Sierra y por eso debo decirles, que bien aprendí de ellas que sólo hay una forma de hablar del futuro entre los añuu, para eso hay que agregar a la palabra que sea (nombre o verbo) la expresión: -ee, que hace de lo referido algo que a pesar de no tener lugar en el momento de mencionarlo, lo tendrá de seguro en lo inmediato, o por mejor decir, casi inmediatamente, de tal manera que nuestro futuro siempre es susceptible de verse porque está invariablemente justo frente a nosotros, alcanzable con nuestra voluntad de acción de hacerlo presente.


Por lo que, para nosotros, el futuro siempre tiene lugar en el presente, es por ello que cuando escuchamos hablar de una sociedad con justicia, donde la dignidad se manifiesta como el acto de vivir buscando ser siempre una mano para la familia y para la comunidad, no entendemos por qué llamar a eso Utopía, sobre todo, luego de saber que lo que se entiende por Utopía es algo que sólo puede ocurrir en un futuro improbable porque se trata de algo que no tiene lugar, y mucho más nos confunde cuando lo comparan con el sueño, es decir, como algo que no tiene realidad, siendo que el sueño para nosotros es donde tiene lugar la plena manifestación viva de nuestro espíritu y, por lo tanto, lo que allí ocurre es la realidad de nuestro espíritu convocando a nuestros cuerpos a prestar atención a nuestras vidas despiertas.


Así, pues, no nos es posible hablar pensando en un futuro invisible y mucho menos pensar una realidad sin lugar; de allí que lo que diremos sobre cómo asumir nuestro propio tiempo no puede ser visto como una esperanza fuera de nuestro alcance, o como un mero deseo echado a la suerte, sino que se trata de las acciones concretas que hemos de hacer comenzando en nosotros mismos, las que debemos desplegar permanentemente y de manera firme en nuestras cotidianidades sociales y políticas, en nuestras relaciones con los nuestros y con los otros, pues, sólo así es posible construir eso que llaman futuro en el presente.


Siendo así, para asumir el Tiempo de Nosotros lo primero que debemos hacer es entender quiénes somos nosotros, es decir, asumirnos como los otros que somos, lo que no es otra cosa que dar un vuelco al vuelco por el que nuestros corazones han sido sometidos; quiero decir, los más de 500 años de sometimiento colonial y de la colonialidad lograron en mucho, darle un vuelco a nuestros corazones, al punto de que hemos terminado por creer lo que los Otros dicen que nosotros somos: eternamente pobres o condenados a la pobreza por la condición atrasada, primitiva y/o tradicional de nuestras culturas; por ello, eternamente pedigüeños, incapacitados para vivir autónomamente y de crear conocimientos capaces de generar cambios en nuestras vidas y sociedades; por tanto, condenados a ser siempre dependientes de una sabiduría exterior tenida como superior.

Lo interesante es que esta denigrante manera de pensar, comúnmente usada en las esferas de poder de las sociedades nacionales para referirse a los pueblos indígenas, negros, campesinos y pobres urbanos, sin embargo, es lo que en el fondo de su corazón sienten y piensan de sí mismos cuando se ponen en relación con los países centros de poder mundial. Es la manifestación del verdadero proceder del pordiosero que es capaz de arrodillarse y suplicar ante quien cree más encumbrado, pero es incapaz de pedir ayuda a un su hermano igual. Lamentablemente, debemos reconocer, que esta pérdida de dignidad igual nos ha atravesado y por eso, este es el primer vuelco que estamos obligados a dar internamente como camino a la reconstitución del Nosotros.


Ahora bien, al contrario de lo que se suele pensar y decir de que dado el largo tiempo de sometimiento colonial hace que lograr este vuelco requiera igualmente un largo tiempo de “toma de consciencia”, pensamos que este paso implica una decidida y firme opción política, porque si bien es cierto que los grandes cambios cuando aparecen frente a nosotros es porque se han venido gestando históricamente, igualmente cierto es el hecho, que los grandes cambios sociales se producen de manera definitiva, cuando los sujetos arriban a esa firme y decidida opción política, y simplemente se lanzan al hacer correspondiente. Así, pues, el Nosotros no surgirá poco a poco o lentamente, sino que por principio, emerge en cada uno con la fuerza que nuestro espíritu le imprima a nuestra decisión política de cambiar, para cambiar las cosas.


En este sentido, pudiéramos decir, que el actual contexto de pandemia no es el resultado de una erupción circunstancial del Waünnü o Yolujá que ahora provoca la enfermedad que nos ataca a todos, pero que aún en medio de sus dañinos efectos por los que somos sometidos por los Estados-gobiernos al aislamiento y al encierro, esos mismos Estados junto a las corporaciones, igual no desisten ni por un momento de invadir nuestros territorios en su insaciable política de despojo y explotación de la tierra con sus proyectos extractivistas, sostenidos en su histórica y continua arrogancia e irrespeto a la naturaleza y el mundo. Apoyados en una ciencia y tecnología desprovista de todo sentido comunitario, creen poder lograr saciar su insaciable ambición de acumulación infinita sobre un mundo que es finito; de esa manera, la civilización occidental ha provocado esta y todas las anteriores pandemias que la humanidad ha sufrido, a causa de la forma en que esta civilización occidental-capitalista-racista y patriarcal trata a las selvas, los ríos, los lagos, las montañas, los bosques y todo lo que en ellos habita porque en ellos sólo ve objetos disponibles a ser poseídos, explotados y convertidos en mercancías rentables. Nunca ve en ellos comunidades de seres vivos sino cosas a su disposición y dominio.

Hoy, cuando atestiguamos que en medio de la pandemia las invasiones a nuestros territorios auspiciadas por los Estados-gobiernos, no cesa. Que para nada importa como cada uno de ellos se autocalifica o es calificado ideológicamente, ya como de izquierda o de derecha, pues su hacer siempre está dirigido al despojo y el dominio de nuestros territorios en función de sus intereses económico-políticos; sólo que en esta oportunidad, no tenemos lugar adonde huir de su ambición y su codicia, pero tampoco tenemos tiempo para estimar seguir el juego que siempre nos proponen y en el que constantemente somos nosotros las piezas a mover y sacrificar. He allí la primera señal y condición de nuestro propio tiempo: No tenemos ni lugar ni tiempo que perder, por ello, o nos decidimos a emerger como Nosotros, o debemos considerar seriamente la posibilidad de que nuestro tiempo sobre la tierra ha llegado a su fin, tal como en su momento llegó a su fin el tiempo de nuestras abuelas y abuelos, con la diferencia de que nosotros estaríamos aceptando nuestra definitiva condena a desaparecer como pueblos.


Hablando con propiedad, debo confesar que desearía poder ser tan sabio como para tener las palabras exactas capaces de poner en frases, si es que esto fuera posible, cada uno de los pasos a dar para que así emerja el Nosotros en cada quien, en todas las comunidades y pueblos; pero, lamentablemente no está a mi alcance ese saber y poder; porque además, estoy convencido de que nuestro tiempo no nos exige conocer o usar muchas palabras o discursos sino sobre todo, hacer. Por eso, a la pregunta, cómo poder enfrentar este destino de abismo al que se nos pretende empujar, pienso que la clave está en ser y hacer desde y por el Nosotros, ya que es allí donde reside nuestra posibilidad de dar el vuelco y retornar a nuestro corazón, y ésta no es sólo una manera digamos, poética, de decir las cosas, sino que en verdad se trata del hacer más difícil de ejecutar por nuestros alterados y colonializados espíritus, y porque nuestro verdadero corazón sólo es posible encontrarlo y sostenerlo en nuestros cuerpos en el simple pero rigurosamente cotidiano ejercicio de hacer comunidad.


Podría decirse, que si allí están las comunidades indígenas, campesinas, negras, etc., ¿cómo es que planteamos la vuelta a hacer comunidad para encontrar nuestro propio corazón? A esto debemos responder que, de cierto, allí están las comunidades, ellas han resistido y r-existido por más de 500 años de sometimiento; sin embargo, tal resistencia y r-existencia no ha dejado de ser el resultado de un proceso de reconfiguración de sus cosmovivencias del que la comunidad no ha salido indemne, es decir, que en buena parte, su existencia actual ha sido a cambio de la pérdida de orientación de su propio corazón.

Por mejor decir, si en el tiempo del Nosotros nuestros desplazamientos económicos, políticos y sociales se producían y orientaban de adentro hacia afuera y de regreso hacia adentro, en un movimiento permanente de caracol que fortalecía a la comunidad en tanto que la misma podía decidir qué elementos significativos acoger para sí o cuales rechazar en sus relaciones en y con el afuera; sin embargo, el proceso de dominación colonial y de la colonialidad impuso e impone desde afuera, que nuestros movimientos en la actualidad siempre se produzcan por presión de afuera hacia adentro y de nuevo hacia afuera como respuesta, pero esta vez, sin retorno al interior de la comunidad lo que por poco o por mucho provoca el deshilo de su tejido; de tal forma que este movimiento de una cotidianidad impuesta ha ido generando un proceso de vaciamiento constante acerca del sentido de la comunidad al tiempo que el sentimiento de individualidad cobra fuerza, al punto de llegar a pervertir nuestras relaciones sociales internas al imponer la desconfianza como norma ética de un dudoso éxito para la sobrevivencia.


Dos ejemplos concretos nos permiten aclarar este punto. El primero ocurre en una comunidad indígena bari de la Sierra de Perijá. El pueblo barí se organiza a través de comunidades que se forman mediante la alianza de varias familias de diferente filiación que deciden construir un Suakaëg o casa colectiva. El trabajo de relación política de establecer las alianzas para la conformación de la comunidad es impulsado por aquel que por ello es reconocido como Ñatubay (Tú tienes la energía), éste se hace acompañar en las tareas de vigilancia del cumplimiento del hacer comunidad por otros dos igualmente considerados Ñatubay; entre sus tareas está la de mantener las relaciones con los Otros, particularmente, con las instituciones del estado y sus representantes de gobierno. En sus funciones de autogobierno estos Ñatubay tienen un tiempo de ejercicio, luego del cual, son sustituidos en asamblea comunitaria por otros tres miembros (hombres o mujeres), quienes asumirán la responsabilidad de ser los Ñatubay de la comunidad. Generalmente, éstos son elegidos por su edad, esto es, se trata de hombres y mujeres mayores, o con la suficiente experiencia de vida como para orientar en la confrontación de los diferentes problemas susceptibles de presentarse, tanto en su vida interna como en su relación con los de afuera.


Este sistema de organización política, autogobierno y relaciones sociales y de poder propias, sufre un duro golpe en el momento en que Chávez impone a todas las poblaciones su sistema de Consejos Comunales como estructuras organizativas encargadas de transmitir las decisiones y políticas del gobierno a las comunidades, de allí que los llamados “Voceros” de estos Consejos tenían la obligación de convertirse en militantes del Partido de gobierno, lo que les otorgaba la posibilidad de obtener beneficios gubernamentales, además de convertirse en detentadores del poder discrecional de incluir o excluir a determinadas personas de los programas sociales del gobierno. Se exigía, además, que estos “Voceros y Voceras” fueran lo suficientemente jóvenes como para estar en la disposición de viajar y hacer presencia en las continuas movilizaciones convocadas por el gobierno en la capital.


Como era de esperarse, la división, confrontación y aún separación de familias al interior de las comunidades barí se hizo presente con toda su carga negativa a los efectos de las luchas territoriales que en ese momento los pueblos indígenas en general, y los barí en particular, sostenían con el gobierno de la revolución bolivariana. Se trataba, con todo, de una política colonial dirigida a romper las estructuras de autogobierno de las comunidades y pueblos indígenas, al tiempo que se cooptaba a su población joven otorgándoles espurios y efímeros beneficios y se rompía con la unidad en la lucha por la demarcación territorial. Así, se imponía desde afuera una nueva estructura, que además funcionaba para extraer hacia fuera toda la fuerza y cohesión de la comunidad, vaciándola de sus formas propias de gobierno y despojándolas de su dignidad.


El segundo ejemplo es noticia actual. Además de la pandemia mundial, la confrontación política en la disputa por el poder del estado, y de la espantosa crisis económica que entre otras cosas ha llevado la inflación y el desempleo a niveles estratosféricos, los venezolanos estamos viviendo hoy una crisis energética que se manifiesta no sólo por la incontrolable intermitencia del servicio de energía eléctrica y del gas doméstico sino sobre todo, por la ausencia de gasolina, combustible sobre el que, por su abundancia, durante casi un siglo se edificó el funcionamiento del transporte público y de mercancías. Sin entrar en detalles acerca de las causas de tan catastrófica realidad, no por desconocer su importancia sino para no alejarnos de lo que en verdad queremos decir; uno de los hechos más terribles que ha generado la ausencia de combustible es la imposibilidad de los productores del campo a transportar sus cosechas hacia los mercados urbanos, lo que no sólo ha contribuido a incrementar el desabastecimiento y por ende, la inflación, sino que lo peor es la pérdida de las cosechas de aquellos campesinos que no tienen otro mecanismo para transportarlas.


Así, miles de toneladas de vegetales como papas, cebollas, coles, tomates y remolachas de la región andina se han perdido, o han tenido que ser lanzadas a los caminos para que recoja quien pase, o terminado como alimento de los animales en un contexto de verdadera hambre nacional, todo por la imposibilidad de los campesinos para sacarlas de sus fundos hacia el mercado. Sin embargo, esta dramática situación para todos, ha producido diferentes reacciones en la población y particularmente, entre los productores campesinos hoy, prácticamente arruinados.


Pero, en relación a éstos últimos nos interesa destacar dos posiciones que nos parecen fundamentales al propósito de este artículo, ellas son; la primera, aquella que frente a las circunstancias de pérdida han optado por volver al transporte de recua (mulas y carretas) para transportar parte de su cosecha, ya no al mercado nacional sino hacia pueblos y comunidades vecinas en lo que ha venido resultando una especie de restablecimiento de la memoria territorial en la que estos antiguos poblados se registran como puntos de encuentro e intercambio entre comunidades con las que estos productores ya poco se relacionaban, toda vez que disponían toda su producción para el mercado mayor de las grandes ciudades.


La segunda, es la asumida por algunos pequeños campesinos de la misma región quienes, ante la pérdida total de sus cosechas, al denunciar el periodo de hambre que se les avecina, ya que ellos dedican la totalidad de sus pequeños terrenos a la siembra de un determinado rubro dirigido al mercado urbano con cuya venta reponían para la nueva siembra y sustentar a sus familias, ahora, de manera violenta, la realidad actual les ha puesto en el disparadero de tener que pensar en la necesidad de sembrar en primera instancia, para su comer, es decir, anuncian que van a diversificar su siembra en función de garantizar, en primer lugar, la alimentación de sus familias y posteriormente, para la venta comercial.


Estas dos posiciones expresadas por algunos campesinos andinos venezolanos, es a lo que nos referimos como la vuelta al corazón del Nosotros. En el primer caso, el vuelco en el desplazamiento de la producción que se decide a volver a transitar viejos caminos, así como a reconstruir viejas relaciones comunitarias en una especie de vuelta a una economía hacia adentro, evidencia que la memoria territorial en estos pueblos persiste, que la economía de mercado con todo su poder envolvente no ha podido borrarla y ante su evidente quiebre por demás incontrolable para los campesinos, la respuesta de las comunidades es la de volver a lo que se presenta en su memoria como un movimiento siempre estable de su convivir en su complementariedad con las otras comunidades.

En el segundo caso, el dramático reconocimiento de que el esfuerzo de producción orientado por el monocultivo y hacia el mercado como destino, deja a los campesinos a merced de algo que es dominado en un afuera que ellos no alcanzan a conocer del todo, y mucho menos a controlar, es por lo que frente al hecho contundente de ver perdido su largo y duro trabajo de haber sembrado y cosechado un único producto de cuya venta depende para reponer sus fuerzas y así sustentar la vida, ha generado el momento de la conciencia acerca de la verdadera finalidad de su hacer como comunidad humana y ese no es otro que, en términos añuu diríamos: weiña, esto es, nuestro alentar hogar, ya el que formamos con nuestra propia familia como el de nuestra comunidad, lo que en consecuencia implica weiña kanuye: nuestro hacer comunidad o nuestro alentar a la comunidad, para ser más precisos.


Algo en este mismo sentido de vuelta al Nosotros está ocurriendo en algunas comunidades wayuu, que actualmente están enfrentando a la pandemia sin recurrir o solicitar la presencia y ayuda del estado, que de hecho y en circunstancias como esta, siempre está ausente, sino que han asumido retornar al sentipensar de su cultura que en el pasado, en momentos como este, invoca la palabra del sueño interpretado por las abuelas, quienes entonces disponen la acción que prescribe el hacer conjunto de la reposición de antiguos rituales con la revitalización del uso de su propia medicina de plantas e infusiones por muchos ya olvidadas, en algunos casos, combinados con la medicina alíjuna (de los criollos), pero en lo fundamental, saben que la sanación exigida ha de ser colectiva, de allí el llamado a la danza de la Yonna, para abrir con ella el portal que haga posible la vuelta de Juyá a la Guajira y así les asista en el combate al Yolujá que hoy se presenta como peste.

Sin embargo, debemos reconocer, que se trata de casos y no de un sentimiento general y, mucho menos, de un movimiento, quisiéramos que así fuera, pero sabemos que eso no depende de que podamos nosotros expresarlo claramente con palabras y así decretarlo; porque lo cierto es que estos y otros casos similares que se presentan diseminados en todo el país, se están produciendo como resultado de la confluencia de diversos factores en una realidad que así termina colocando a las poblaciones entre la espada y la pared, por lo que la disposición a r-existir desde la memoria territorial que conforma su cuerpo y corazón es uno de los caminos que se le presentan como opción en el contexto de resistencia. Por ello, creemos que pensar sólo teóricamente en una posible generalización de estos casos en función de crear, ahora sí, un gran movimiento regional, nacional y hasta mundial que en aluvión universal pueda dar vuelta al destino de muerte al que se nos condena, aunque suene bien y pueda ser hasta políticamente correcto, no deja de estar conectado con la pretensión universalista de occidente y ciertamente, uno de los sentidos con los que se suele relacionar la idea de Utopía: sueño o quimera, lo que por cierto, no es malo en sí mismo; pero pensamos, que sin menospreciar ni abandonar el debate, en estos momentos, por lo menos en Venezuela, nuestras reflexiones deben ir de la mano del proceso del hacer desde el Nosotros.


Quiero decir, de lo que se trata es, en primera instancia, de decidirnos a dar vuelta hacia el Nosotros desde el hacer en el sentido que este término tiene para el pueblo añuu: alentar hogar, alentar comunidad y esto, en segunda instancia, sólo es posible mediante la recuperación o reconstitución de nuestros lugares de lucha, es decir, nuestras comunidades en, por y desde sus autonomías. Para ello, debemos desechar toda ilusionista propuesta proveniente de los estados corporativizados y sus representantes, aún de aquellos que siendo parte de nuestros pueblos y organizaciones, en sus individuales compromisos con los enemigos de nuestra autonomía, han extraviado su corazón.

Así, volver al Nosotros implica estar decididos a crear y defender día a día la recuperación y reconstrucción de nuestros lugares en su habitar, en el control de la producción de nuestro comer, recuperando y potenciando nuestros saberes para sanar, y sobre todo, recuperando el tejido de nuestro convivir entre nosotros y en nuestras relaciones de complementariedad con los otros como nosotros aunque diferentes; esto, en virtud del ejercicio de un autogobierno orientado por nuestro propio horizonte ético.


He aquí, pues, a lo que llamamos Hacertopías, como manifestación y proceso de lucha del Nosotros de cada grupo, comunidad, pueblo, etnia, nación, que ha decidido retomar en sus manos su destino en, por y desde sus lugares y territorios; por lo que debemos reconocer y advertir que no se trata en modo alguno de pretender señalar un lineamiento único para la reconstrucción y reconstitución de todos los lugares, pues, estamos seguros que hacertopía siempre será expresión de la heterotopía que nos muestra el mundo que así alimenta todas las visiones del mundo posibles. En todo caso, si algo de todo lo expuesto pudiéramos reclamar, no como autor del escrito, sino en cumplimiento a la palabra dada a Isabelita en la Laguna, es el Weiña Kanuye añuu, que ofrecemos como ofrenda que haga posible la vuelta al Nosotros en el Hacertopía de todos.


* Escritor y filósofo añuu



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