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Los hombres zanate en el Ritual de los olvidados de Martín Tonalmeyolt

Hubert Matiúwàa*


Portada del libro "Tlalkatsajtsilistle /Ritual de los olvidados"

“Mi gente quiso ser ave un día, /por el simple placer de volar sobre las nubes, /pero tardaron en decidir /y llegaron los buitres, y con sus filosos picos, /lastimaron al viento y le cortaron la cabeza.”


Martín Tonalmeyolt poeta nahua de Atzacoaloya, Guerrero, tierra donde los Ardillos y los Rojos han acorazado la nostalgia como costumbre, donde todos los días la tierra abre su vientre para recibir a sus hijos, aunque no sea su tiempo, las familias son desplazadas y las mujeres levantadas para ser violadas sin que nadie diga nada;

En las calles la moda es andar /con algo reluciente en la cintura. /Los más pequeños son muy aficionados a esa moda /y, por eso, algunos padres sacan a los hijos de sus casas.”



El libro "Tlalkatsajtsilistle /Ritual de los olvidados" título que da Martín a su primera obra poética, nace del dolor de los sin cabeza, los sin brazos, los sin pies, tema relacionado con la inseguridad, que ha cobrado a muchos inocentes, el libro se circunscribe en una poética que toma desde la visión de los pueblos originarios la temática de la violencia generada por el control del opio, en ella encontramos animales de la memoria oral que se han transformado en seres carniceros, como los pájaros zanate, para referirse a los hombres encapuchados que rondan el pueblo.


Nuestro idioma es dinámico renombra el dolor desde el ojo en que mira el mundo, lo nombra para dejar testimonio y sembrar la memoria en corazón de sus hijos, la palabra de Martín florece de la muerte para cuidar la vida, demuestra a través de la metáfora las heridas que han producido estas aves de rapiña a nuestros cuerpos. Martín es otra ave, descendiente de un pueblo con cantos milenarios, como él dice; “desde mi origen, he traído pegada en la garganta un ave colorida y de bello plumaje que, según me dijo mi madre, voló y me dejó su canto.”


Chilapa es el escenario de la cacería, la tierra de los olvidados, los hombres zanate ofrendan gusanos y balas a la palabra, no hay secretos, el miedo ronda con su pico de acero: “Las veredas que pisas tienen sus espías /llamados hombres-viento, /mujeres-abuelas /y niños-flores,”. Al padre de Martín le preocupa el cambio de oficio de sus hijos:

“Mi padre está cruelmente molesto, /derrama amargas lágrimas. /Quiere arrancarse los ojos /y enterrarlos bajo tierra. /Reniega mirar a la calle /porque sus competidores /son más sangrientos que él, /hacen trizas a sus propios hermanos, /mientras que él /sólo lo hace con los marranos./ Por ello, /el corazón comienza a enfermársele. /Se le forman sismos en todo el cuerpo /porque, mañana o pasado, /sus nietos pierdan la vista /y lleguen a ser /carniceros.”


Martín escogió caminar con la palabra, para que a través de ella, miremos como ha cambiado su pueblo, por eso escogió ser poeta en el lugar más violento de México, ser poetas en estos tiempos significa: “Ser hombres, llevar en nuestro propio trabajo el sufrimiento humano, significa hoy, sobre todo, ser los intérpretes, los jueces, y si es necesario, los acusadores despiadados de nuestro tiempo. Porque la voz del escritor es una, pero la sustancia de su voz, su móvil, su justificación, son todos aquellos que lo circundan y lo inspiran”. (Russi, 1967.)


La violencia en Guerrero tiene sus propios matices, lo que con el tiempo alimenta trabajos como el de Martín, tan acostumbrados como estamos a una sociedad en donde los diarios publican imágenes de cuerpos mutilados, cadáveres, enfrentamientos armados en todos los Estados de la Republica, se hace necesario nombrar las palabras para que sean aves mensajeras, como ritual nos liberen del olvido y de la muerte. “No es lúcido ver una ciudad antes tan religiosa /llena de artesanos y campesinos /la cual hoy es invadida por tanques de guerra /y hombres con rostro de zanate.”


Nuestra palabra jamás la podrán ejecutar, hacerla pedazos, colgarlo en los puentes, nuestra palabra seguirá encendiendo las velas para que regresen nuestros desaparecidos, seguirá siendo manantial para nuestros hijos, que un día levantarán nuestra sombra del miedo, desterrarán de nuestra tierra a los hombres zanate.

Como bien lo precisa Martín, “Cuentan que a mi lengua náhuatl /le han cortado la cabeza, /amarrado los pies /y vendado los ojos. /Yo, un hombre de Atzacoaloya, /mostraré lo contrario, /ella tiene cabeza, /goza de pies ligeros /y una vista inalcanzable”.


Martín es uno de los escritores que en México han llamado “la nueva generación de poetas indígenas” ante esto, es necesario llamar la atención: Que nos dejen de llamar escritores en lenguas indígenas, que nos dejen de enfrascar en ese concepto de índole clasista y racial, somos poetas que escribimos desde una filosofía y poética propia, como cualquier cultura del mundo, escribimos la realidad cotidiana de nuestros pueblos y exigimos el respeto a nombrar y que sea nombrada nuestro idioma como debe ser, en su lenguaje original.

Somos consecuencia de los poetas que nos antecedieron, para nosotros solamente hay un camino en la que cada tiempo tiene sus relevos, en donde cada historia vale por que hace crecer nuestra voz en colectivo, no enterramos a los que nos anteceden, somos parte de una sola voz que desde un principio se negó a morir y buscó cobijo en cada uno de sus hijos, no somos nuevos, no venimos de la nada.


En México hay una guerra que nos está deshumanizando y no solamente la poesía tiene que nombrarlo, hay que volverlo oídos y ojos de todos, no miren a los poetas, escuchen lo que dicen, la palabra permanecerá sobre los cuerpos.


* Escritor en idioma mè'phàà.

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