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La lengua es una piel: Nota editorial del libro "Tsína rí nàyaxà'/Cicatriz que te mira"

Los editores (Amauta & Yaguar)

Fotografía: Portada del libro

«Sobre el pueblo la neblina se enciende, nos hierve en la cicatriz (...)»


Paseando hace apenas unos años por las calles de Oaxaca, México, y por recomendación de un colega editor, dimos con una librería que trabaja con editoriales independientes argentinas. El interés particular de esta casa editorial y el azar hicieron que entre todos los exhibidores y libros nos interesáramos en la edición mexicana de Cicatriz que te mira (Pluralia, 2018). Una ojeada rápida sirvió de tentempié para lo que después fue una lectura minuciosa y empática: el libro poseía una fuerza de atracción imposible de eludir. Durante la segunda lectura, la emoción (acaso un adjetivo bastante polémico para un libro tan desgarrador) fue inocultable.

El poemario incluía todo lo que a A&Y le interesa: una poética sólida y sensible, un discurso potente y humano, que denuncia las injusticias y lleva en sí toda la ancestralidad de un pueblo, y, lo fundamental, un autor de una nación originaria, un autor mè’phàà. Naturalmente, esto derivó en el interés por traer este libro a la Argentina, un país que todavía tiene un largo camino por delante en materia de revisión de su construcción identitaria y de reconocimiento de los derechos que estos pueblos reclaman desde siempre.


En Cicatriz…., Hubert Matiúwàa expresa con dulce lírica las atrocidades del mundo. Embellece, usa las palabras más sutiles, sencillas y a la vez contundentes, perfectas, para narrar su realidad, la realidad del pueblo Mè’phàà. ¿Cómo no rendirnos a él ante tal ejercicio? ¿Cómo no detenerse y prestar oído a este susurro que es grito que llega en versos? Matiúwàa describe la muerte y la violencia que el narcotráfico ejerce sobre un pueblo entero, el que habita La Montaña, Guerrero, una de las zonas más pobres de México, cuyos habitantes sucumben ante los sicarios por la necesidad de subsistencia.


¿Quiénes son los Mè’phàà?

Tlapanecos no. Para el pueblo Mè’phàà, ese nombre, puesto por los aztecas al conquistarles, es despectivo; significa el que está pintado. El tiempo mutó el sentido de la palabra pintado a sucio, y es por eso que hace algunas décadas las diferentes comunidades de la región reivindicaron su nombre xàbò mè’phàà.

Asentados en lo que hoy es el Estado de Guerrero, al suroeste del país, los Mè’phàà han vivido resistiendo siglo tras siglo. Resistieron durante un tiempo prolongado ante los avances de los mexicas. Resisten ante las mineras, ante el narcotráfico. Resisten el abandono del Estado-nación que mantiene a los pueblos originarios del territorio mexicano en situaciones económicas de extrema precariedad. Resisten desde la lengua, transmitiendo siempre sus valores, cuya expresión no había sido reflejada en los canales de escolarización hasta hace poco.

Fotografía: Interiores del libro

La lengua para los ancestros mè’phàà es la piel a través de la que conocemos y nombramos el mundo, construimos la memoria y la identidad. Para Hubert, hay en la historia de cada cultura indígena una historia de racismo que ha configurado el ser de sus hablantes y condiciona en consecuencia la forma en que esa identidad y esa memoria se configuran.

La palabra, según ha dicho, es como el alimento que se comparte y con el que se nutre y aprende del otro. Son precisamente estas palabras, las de Cicatriz…., las que Hubert Matiúwàa nos comparte para que llegue a nosotros la riqueza de su cultura y la precaria situación de un pueblo, el suyo, que ha resistido siglos de luchas y no ha permitido que sus tradiciones caigan en el olvido.


¿Quién es Hubert Matiúwàa?

Hubert Martínez Calleja toma por apellido el gentilicio de su pueblo Mbò matha yúwaá’ o «lugar de la guía de calabaza». Publica bajo el pseudónimo de Hubert Matiúwàa.

Matiúwàa no es el primer poeta mè’phàà pero sí el primero en bajarlo al papel y, todavía más difícil, en traducirlo al español. Piensa y escribe en mè’phàà, una lengua que históricamente gozó de hablantes (actualmente más de cien mil entre el centro y sur de Guerrero) pero que careció de su correlación escrita gracias a la sentencia del pensamiento hegemónico según la cual solo puede escribirse aquello que posee historia (y la historia de los pueblos originarios fue sistemáticamente excluida, ocultada, negada).


Sin embargo, la historia mè’phàà persiste tras 700 años de resistencia y gracias a la rica tradición oral de sus rituales. Para este pueblo, la escritura funciona para «dejar constancia de un tiempo», un tiempo de exclusión y violencia para los pueblos originarios. Hubert sostiene que sería irresponsable de su parte hablar de las estrellas en vez de abordar la violencia que viven los pueblos como el suyo: desapariciones, agotamiento de los recursos naturales como el agua, la práctica minera; dice: «Ese es el tiempo que hay que marcar en la memoria; el tiempo que nos tocó vivir, que es un tiempo culero».


Sin dudas, nuestra tarea editorial opera en la dirección que siempre sostenemos: conocer y difundir la riqueza cultural amplia y heterogénea de nuestro continente, al mismo tiempo que construimos una sociedad más justa y equitativa para todas las personas, comunidades y naciones. En ese sentido, los motivos que empujan a Matiúwàa como poeta y miembro de su pueblo nos parecen más que contundentes para dar inicio a esta colección.


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