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Carnavales otomíes y bopomanía: tratar con Dios y el Diablo

Iván Pérez Téllez

ENAH-INAH

Zithu, recorte de don Cecilio Velazco San Agustín de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz

Todavía es común que se considere que la persona indígena que llega a la ciudad es, irremisiblemente, devorada por la urbe. Esta antigua tesis culturalista, que entendía el devenir como un asunto de ir de una cultura folk a una de tipo urbana, sigue presente en el imaginario social, pero también en la antropología. El término aculturación describía este proceso. Pocas veces se considera que los indígenas tienen algún grado de agencia y se les imagina como sujetos pasivos incapaces de hacer frente a la cultura urbana o la modernidad. Se piensa que los indígenas, en todo caso, arriban a la ciudad simplemente para buscar un empleo que les permita subsistir. Los otomíes ponen en entredicho estas premisas.


El carnaval, junto con el Día de Muertos, son las fechas más importantes del ciclo ceremonial otomí, la gente hace todo lo posible por estar presentes en esos momentos en sus lugares de origen. Así, durante la celebración del carnaval es frecuente que los otomíes por lo general gente que trabaja por su cuenta: albañiles o comerciantes que viven en distintos puntos de Ecatepec, regresen a sus pueblos en la huasteca veracruzana con el propósito de participar en esta festividad.

Viejo Carnavalero, recorte de doña María Velazco Tolentino, Ixtololoya, Pantepec, Puebla

Para ellos, el carnaval no es sólo un asunto festivo ni mucho menos religioso, se trata, en breve, de celebrar al Zithû, el patrón y regente del mundo de abajo; asociado, sin duda, a la sexualidad, la fertilidad y la regeneración, además de ser considerado el dueño de todas las riquezas del mundo, incluyendo la monetaria. Asimismo, la participación en el carnaval se asocia a procedimientos profilácticos, cuando no plenamente terapéuticos, pues de alguna forma la miríada de diablos, viejos y demás personajes que acompañan al Zithû, son considerados los verdaderos agentes de la enfermedad y causantes del infortunio, de modo que es necesario celebrarlos, brindarles comida y alcohol para establecer una relación controlada de intercambio para que, en contra partida por los dones recibidos, los diablos “barran” la enfermedad del mundo y dejen a cambio fertilidad y prosperidad económica en el mundo humano.


En ocasiones, debido principalmente a compromisos laborales, los otomíes no consiguen ir a sus pueblos por lo que cada vez es más común que celebren sus carnavales en los barrios urbanos donde residen. Distintas comparsas se organizan y son financiadas por capitanes de modo similar a como se hace en la huasteca que no dudan en contratar músicos y sufragar la bebida y la comida que se consumirá durante los días que dure el carnaval. Los otomíes saben que no se puede dejar pasar esa festividad tan importante. Por lo general son chamanes otomíes los que se encargan de orquestar todo el asunto. Y sí, sí hay chamanes que viven en estos enclaves étnicos urbanos, en colonias como Caracoles, La Presa o San Pedro La Mesa, en el municipio de Ecatepec, Estado de México.


Estos badi establecen relaciones muy estrechas entre pacientes, capitanes y danzantes de sus regiones de origen por lo que es bastante común que acudan a la huasteca a acompañar en alguna celebración, pero también que gente de esta región vengan a la ciudad para acompañar a los chamanes urbanos, estableciendo así un gran circuito de prestaciones ceremoniales.

Diablo rojo, recorte de don Cecilio Velazco San Agustín de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz

Un fenómeno interesante, aparejado a la realización los carnavales otomíes en contexto urbanos, es el surgimiento de grupos musicales; éstos tocan una suerte de electrocumbia cantada en lengua otomí que incorpora en sus letras discurso ritual, es decir parlamentos chamánicos: esos que las “madrinas”, o el badi, recitan cuando consumen Santa Rosa y entonces escuchan hablar a los cerros —que son gobierno, que tienen poder y administran la fertilidad agraria de una serie de comarcas—, a la Sirena o más comúnmente a la propia Santa Rosa. Entre estos grupos destacan Distancia Musical (sones de costumbre), una de las agrupaciones más famosas que lideran el movimiento de la bopomanía, término con que los jóvenes otomíes de la huasteca se refieren a esta suerte de “electrocumbia chamánica”.


La palabra bopomanía está compuesta por el vocablo otomí bopo que significa sahumerio; así una posible traducción de este término híbrido otomí-castellano sería la afición por el sahumerio. Otras agrupaciones como Zonte Musical (popurrí de flauta carnavaleros),de Ixtoloya, Pantepec, Puebla, está igualmente integrada por jóvenes otomíes y son bastante reconocidos en la huasteca veracruzana, poblana e hidalguense, tanto como en los enclaves otomíes de Ecatepec.


Por lo general estos grupos son considerados en los carnavales de la huasteca como de “lujo” por lo que suelen cobrar entre 40 y 50 mil, o más, por concierto y son muy solicitados para cerrar los carnavales en virtud de los sones que tocan: La Flauta, La Lumbre, y en general música de carnaval o temas de moda, pero siempre utilizando, mayormente, la lengua otomí.

El entusiasmo que la bopomanía despierta entre los jóvenes otomíes es notorio. Este fenómeno musical es interesante ya que los migrantes otomíes no sólo recrean su cultura y su lengua sino que además crean nuevas expresiones culturales reapropiándose de elementos en el entorno urbano. En un contexto tan avasallador como el de la música comercial, que grupos de música otomí tangan éxito en la urbe y en sus pueblos de origen no es un hecho menor. La discriminación, el racismo o la exclusión pudieron inhibir este tipo de creaciones pero ese no es, claramente, el caso de los otomíes.

Diablo verde, recorte de don Cecilio Velazco San Agustín de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz

La bopomanía hecha mano de la cultura y la lengua otomí, desde una visión cosmológica, para arraigarse en el gusto de jóvenes y adultos. Así, tópicos importantísimos en su cultura como el carnaval o el chamanismo ayudan a fortalecen códigos de comunicación, tanto entre los otomíes urbanos como entre sus paisanos huastecos, amén de fomentar el uso de la lengua otomí a través de la música.

Fenómenos como estos, demuestran una compleja dinámica cultural entre los pueblos de origen y las urbes, así como la agencia y capacidad que poseen los otomíes para hacer frente a la modernidad y los entornos urbanos. Finalmente, los músicos otomíes no han necesitado de becas ni subsidios gubernamentales FONCA o PACMYCpara crear y recrear su cultura ni su lengua, mejor así. Los otomíes son expertos en organizar Costumbres comunitarias, saben hacer pueblo pero también comunidad en los entornos periurbanos, saben, en definitiva, tratar con Dios y con el Diablo.

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